Humor es todo aquello que me hace gracia, y su límite aquello que no... O sea yo y mi circunstancia... condición, pensamiento, religión, ideología, adscripción, defectos, opiniones, delitos y faltas.
Lo intocable y lo permitido, lo risible y lo ofensivo, lo legítimo y lo inadmisible, resultan cuestiones subjetivas, arbitrarias en función del criterio personal, el sentido del humor y el grado de susceptibilidad y tolerancia de cada uno, variable pero condicionado por los valores culturales, religiosos, sexuales, políticos... de la sociedad en cuestión, su sentir colectivo.
Ya que estamos de nuevo con el recurrente e irresoluble debate sobre la libertad de expresión y los límites del humor, me parece conveniente recordar el caso de Vuillemin y su cómic Hitler SS, tal vez quien “mejor” los ha explorado... y probablemente sobrepasado: no en vano en Francia fue prohibida su publicación en revistas de tirada periódica, así como la exposición pública y venta de la edición completa a menores de edad.
En el Estado español dicho álbum -publicado por entregas en la revista Makoki y posteriormente como tomo- fue retirado de librerías, kioscos y almacenes de la editorial, secuestrados fotolitos y destruídos ejemplares, prohibida su publicación -aun a día de hoy-, y su editor condenado a un mes y un día de arresto y 100.000 pesetas de multa, siendo absuelto no obstante del delito de escarnio religioso.
El Tribunal Constitucional consideró que la publicación atentaba contra la dignidad de las víctimas del nazismo (sentencia 176/1995, de 11/12/1995, BOE núm. 11, 12/01/1996), basándose en la jurisprudencia (caso Violeta Friedman contra Degrelle) y en que el público sería mayoritariamente juvenil, falto de madurez y sugestionable (sic). La defensa por su parte alegó sin éxito (ni a mi entender acierto) que se trataba de una crítica al revisionismo negacionista.
Caso Violeta Friedman, superviviente del Holocausto, contra el ex jefe de las Waffen SS, Léon Degrelle, quien en televisión y en la revista Tiempo negaba el Holocausto, a la vez que vertía opiniones antisemitas y racistas: tras varias sentencias desfavorables, el Constitucional consideró que Degrelle había atentado contra su honor y el de las víctimas del nazismo, sentando doctrina y precedente para la posterior reforma del Código Penal (artículo 607, 23/11/1995: Delitos contra el derecho de gentes), en considerar que: El honor es un derecho personalísimo que no excluye otras legitimaciones; por ejemplo: la de los descendientes o las de los miembros de un grupo étnico o social determinado, cuando la ofensa se dirige contra todo ese colectivo (nota del autor: salvo que se trate de catalanofobia, se homenajee a la división azul o condecore a fascistas). Ni la libertad ideológica ni la libertad de expresión -añade la sentencia- comprenden el derecho a efectuar manifestaciones, expresiones o campañas de carácter racista o xenófobo.
Por otra parte, conviene no olvidar que el artículo 525 del Código Penal considera delito al escarnio religioso, incurriendo en una pena de multa de ocho a doce meses aquellos que ofendan a los sentimientos de los miembros de una confesión, sus dogmas, creencias, ritos y ceremonias, o vejen a quienes los profesan o practican.
Blasfemar pues, es algo más que pecado, aunque no (lo) creas. Supongo había que joder a los ateos por su mala fe de alguna manera, ya que la amenaza del infierno, ni frío ni calor.
En la siguiente entrevista en BTV, de finales del 2010, Felipe Borrallo, creador del personaje de Makoki y de la librería del mismo nombre, habla sobre todos estos temas.
¿HUMOR?
Dejando a un lado cuestiones jurídicas y legales, lo cierto es que las historias de Hitler SS se mofan por igual de nazis y judios; en otras publicaciones Vuillemin hace befa del catolicismo -por ejemplo en sus Versículos satánicos, una versión hardcore y bizarre de la Biblia-, del fascismo, de los musulmanes, se burla de los franceses, los homosexuales (como él), y un largo etcétera del que probablemente nadie resulte indemne.
La cuestión es, ¿resulta “lícito” o “ético” cuando existe una evidente y abismal diferencia entre criminales y víctimas?... Que su humor sea indiscriminado, ¿le otorga al autor “licencia” para reirse, macabra y salvajemente de todas las partes por igual, incluídas las víctimas?... Haber sido víctima, ¿te excluye automàticamente de sufrir los desmanes del humor, convirtiéndote en no susceptible de crítica?...
En Le train du bonheur (El tren de la felicidad), la primera historia del cómic (y probablemente reveladora de la intención última), los nazis se disponen a deportar a un grupo de prisioneros que, salvo un homosexual, no se percatan de su situación. Los compañeros de vagón prefieren no hacerle caso, reírse de su homosexualidad y, finalmente, matarlo de una paliza. Vuillemin declaró en 1996 que la idea de esta historia se le ocurrió a Gourio, a raíz de una conmemoración de antiguos prisioneros en Lyon, a la que no se permitió la asistencia de grupos de afectados gays. (De: Tabú: la sombra de lo prohibido, innombrable y contaminante, Vicente Domínguez)
Otra historia refleja el casual encuentro entre un judío y Hitler por las calles de Berlín... ¡Come! Dice Hitler apuntándole con una pistola y señalando a una tifa... El judío come, provocando la carcajada del primero... y la caída del arma... El judío la recoge, apunta al Führer y le espeta: ¡come!... Se oyen pasos, ¡una patrulla!, el judío huye corriendo y llega a su casa... Ya a salvo, mientras cuelga el abrigo, le dice a su mujer... Cariño, ¿a que no sabes con quién he cenado esta noche?...
En esta ocasión, los protagonistas podrían ser reemplazados por cualquiera. Las historias denigrantes, pues haberlas hailas, me abstengo de comentarlas... Quien quiera ya sabrá dónde encontrarlo.
El Papus, anatomía de un atentado
Podemos mencionar otros casos: las portadas secuestradas del semanario satírico El Jueves, el rapero Pablo Hassel, Miguel Ángel Martín, cuya edición italiana de Psychopathia Sexualis fue secuestrada por inducción al suicidio, homicidio y pedofilia, afrontando su editor un proceso de cinco años del que salió finalmente absuelto; Javier Krahe, juzgado y absuelto en 2012 por unas imágenes grabadas en 1977 y emitidas en 2004, en que explicaba "cómo cocinar un Cristo"; denuncias contra el museo Reina Sofía por exponer determinadas obras; contra el cómico Leo Bassi, quien tuvo que afrontar varias denuncias –de las que fue absuelto– por haberse disfrazado de papa durante una obra de teatro y simular el acto de la consagración con preservativos...
Y caso aparte y palabras mayores, el atentado a la redacción de la revista El Papus del año 1977.
El documental de David Fernández de Castro, El Papus, anatomía de un atentado, rememora el trágico suceso así como la explosión (con perdón) creativa de ese periodo, revisando el proceso judicial para mostrar una historia de la Transición poco conocida. Además de las bombas y la negligencia, incompetencia e inhibición policial en el esclarecimiento de los hechos, la revista padeció un asedio legal: cierres, multas y múltiples procesos judiciales. Hasta 80 denuncias llegaron a acumular, con otros tantos juicios y sus correspondientes apelaciones.
A modo de ejemplo, en la “Papunovela”, fotonovela que ocupaba las páginas centrales, una mujer, dijo el fiscal, finge enseñar sus partes íntimas a unos hombres. Las citadas partes no se veían, pero el censor lo intuyó sagazmente. De la misma forma que acusó a Ja de blasfemo por escribir "pene" y "testículos" en percatarse que lo que quería escribir realmente eran palabras más groseras. Polla, cipote, rabo, cojones o huevos tal vez.
La censura de la historia
Todo pasado, por terrible que parezca (es más, suele serlo) es revisitado periódica y paródicamente (y cuanto más dramático, más concurrido) por historiadores, políticos, periodistas, cómicos, humoristas, escritores, artistas... que ejercen de testimonios y cronistas de los tiempos, a su manera... Como en el chiste, parece que la Historia no exista si no te la explican; eso sí, una vez reconstruida, filtrada a conveniencia, bien enmarcada y envuelta con papel de regalo, el papel de cada época, el Zetgeist de turno, con el que se reinterpreta y rescribe la historia. O el papel de la historia, reconvertida en un personaje más de cada época. Ese parece ser su papel.
Límites (matemáticos) del humor = indeterminación
El humor y la transgresión, por insensibles y salvajes que parezcan y puedan ser, son un recurso narrativo, valor expresivo que conviene administrar con delicadeza, criterio y en pequeñas y acertadas dosis; las que convierten al producto en elixir, inocuo o veneno.
El humor permite abordar tabúes -¿Quién no ha podido retener la carcajada en un entierro?-, temas problemáticos, escabrosos e incómodos, impronunciables incluso –decir aquello que no puede expresarse de otra manera-, precisamente por comportar cierto grado de distanciamiento, o acercamiento prudencial; recurriendo a figuras retóricas, juegos de palabras e imágenes, sobre y malentendidos buscados e intencionadas confusiones... También por ello mismo puede llegar más lejos, paradójicamente por decir o mostrar menos: lo tabú exige creatividad e imaginación como requisito para acercarse a ello. Decir sin mencionar, explicar sin mostrar explícitamente requiere inteligencia, y un público adecuado, cómplice (e inteligente).
Es una herramienta poderosa (y peligrosa como tal), un instrumento de relativización, provocación, denuncia y crítica que permite (y lo permitido varía en función de múltiples factores) poner de relieve, en jaque y entredicho, las contradicciones, defectos, y faltas ajenas... así como las propias (pues el humor bien entendido empieza por uno mismo; lo mismo que la autocrítica legitima el ser crítico); revelar la falsedad, hipocresía o lo absurdo... por ejemplo de las creeencias. Visibilizar y dar relevancia a algo, o bien restarle importancia... O incluso... ¡Hacer reir!, provocar el guiño (codazo, codazo) y la sonrisa: el contenido artístico e ingenioso en si mismo, autosuficiente del humor.
Recomiendo leer la entrada relativa al humor en la Viquipèdia catalana... Enhorabuena a quién la haya redactado.
La calidad del humor es requisito imprescindible, más si cabe que en cualquier otra manifestación artística. Nada más ridículo que un chiste sin gracia. No puede errar en el tiro, dado su autor es quien más se expone... a recibir su propio balazo en la cara. Para reirse de algo o alguien es condición necesaria hacerlo con gracia, “gusto” y humor, buen humor -literalmente y en todos los sentidos-.
La intención es también, otro de los criterios a tener en cuenta a la hora de determinar sus límites (si alguien pretende ponerlos en función de sus propias limitaciones): qué pretende con ello su autor. Y el autor, su identidad y circunstancias, precisamente para adivinar esas intenciones (y sólo entonces y así poder “juzgarlas”). Pues lo tendencioso está en función de la intencionalidad del emisor, más que de la susceptibilidad del ridiculizado. Y cómo no, el ridiculizado, destinatario o "víctima", si ésta es un personaje de relevancia pública o un particular (“derechos de la personalidad” –honor, intimidad y propia imagen-), si son las instituciones y símbolos públicos (bandera, Corona), o bien un colectivo... de determinada creencia, ideología, adscripción, raza, orientación sexual, características físicas... atributos en base a los cuales son ridiculizados o criticados mediante el humor o cualquier otra manifestación artística.
En ocasiones lo problemático resulta el grado de difusión (alertas de contenido explícito u ofensivo, sólo para adultos, distribución en locales especializados) y audiencia de la broma o transgresión, el alcance, público, contexto... es decir, si el mensaje està fuera de lugar... o bien encuentra la forma, fórmula y grado adiente, y se expresa ante el público adecuado. Quizás el humor negro deba disfrutarse en solitario, o compartirlo solamente con aquellos que sabemos del cierto no tomarán nuestras bromas u ocurrencias como una opinión, y no buscarán una intención oculta en nuestras palabras o actos, pues conocen de sobras nuestro pensamiento. No se trata de herir a nadie que no lo merezca...
Como alertaba Gómez de la Serna en su magnífico prólogo para la edición castellana de los “Cantos de Maldoror”(Isidore Ducasse, Conde de Lautreamont), esa obra magna y maldita del surrealismo, la blasfemia y el humor negro, "cuya risa pretende borrar la fatalidad"...
No aconsejaré yo a la juventud que se abreve en esas negras aguas, por más que en ellas se refleje la maravilla de las constelaciones...Quiera el cielo que el lector, envalentonado y sintiéndose momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje, a través de los pantanos desolados de estas páginas sombrías y llenas de veneno; porque de no emplear en su lectura una lógica rigurosa y una tensión de espíritu igual por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro empaparán su alma como el agua empapa el azúcar. No es conveniente que todo el mundo lea las páginas que van a continuación; sólo algunos saborearán este fruto amargo sin peligro. Por consecuencia, alma tímida, antes de internarte más en semejantes páramos inexplorados, dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante.”
Siempre habrá quién se dé por aludido, quien se ofenda o ría de cualquier cosa, de la misma cosa incluso (y en esos casos es cuando surge el problema). Nadie resulte inmune ni escapa del humor, pues imposible no haber dicho o hecho, no poseer alguna condición, característica, atributo, ideología, creencia... susceptible de crítica, broma o burla.
En definitiva: humor es todo aquello que me hace gracia, y su límite aquello que no... O sea yo y mi circunstancia... condición, pensamiento, religión, ideología, adscripción, defectos, opiniones, delitos y faltas. Lo intocable y lo permitido, lo risible y lo ofensivo, lo legítimo y lo inadmisible, resultan cuestiones subjetivas, arbitrarias en función del criterio personal, el sentido del humor y el grado de susceptibilidad y tolerancia de cada uno, variable pero condicionado por los valores culturales, religiosos, sexuales, políticos... de la sociedad en cuestión, su sentir colectivo.
Los límites del humor no pueden ser determinados por la censura, ni la autocensura condicionar la libertad de expresión
El sentido del humor, y el sentido del debate sobre el humor, concierne a la libertad de expresión; cualquier debate sobre la libertad de expresión, o se aborda con humor... o no tiene sentido: recojamos bártulos, pleguemos velas, evitemos problemas: nadie se ofende, nadie habla de más ni se enfada, nadie ríe... Todos meteorólogos en un enorme ascensor, que no lleva a ninguna parte.
La censura -madre de toda metáfora, que decía Freud- es un gran estímulo para la imaginación y creatividad. El propio Miguel Ángel Martín se declara acérrimo defensor de la misma: “es buena para el negocio” añade, pues nada mejor que un efecto Streisand para promocionar aquello vetado, lo prohibido.
En cierta medida la censura es también una forma de creatividad, inversa, una desconstrucción moralista -con intención política, cultural y social- y (paradójicamente) un lectura perversa de un relato; susceptible de múltiples lecturas, es decir: (auto)retrata y revela más del censor -y las condiciones que permiten y requieren de su existencia- que a dicho relato y a su autor. ]
No obstante, esta indignación permanente y susceptibilidad colectiva creciente, institucional y organizada (a los lobbies y grupos de influencia y (o)presión me remito), autocensura a priori y censura previa... no solo judicial o moral, sino también económica, más sibilina, inmoral y aplastante (por ejemplo: retirada de anunciantes, falta de financiación, de espacio público y difusión, caso de tratar determinados temas) nos conduce a una castración colectiva: el reino de lo políticamente correcto.
Parecemos caminar hacia un humor no ya blanco sino transparente, desposeído de atributos, pretendidamente inocuo y presuntamente inocente... no vaya a ser que alguien se enfade, nos etiqueten, empaqueten, empapelen, fabriquen unos zapatos de cemento a medida o nos caiga un buen puro, sin ni siquiera saber por qué, cómo, de quién y por dónde nos caen las hostias benditas (ya saben, el plato del día en las iglesias).
Si eso que nos espera, convertido ya en esto que divisamos a la vuelta de la esquina, es la posmodernidad, indolente, fatua, adolescente, poca sustancia, light y homeopática, ya pueden metérsela por el culo.
Que yo me río de ella.
Recomendaciones:
Lenny, de Bob Fosse, sobre Lenny Bruce
Man on the moon, de Milos Forman, sobre Andy Kaufman
El rey de la comedia, de Martin Scorsese